No como Ulises, pero sí como Criseida, vislumbro ya el término del viaje. Si cortan mis venas encontrarán toneladas de sol, ese sol con sueño, como diría Alfonso Reyes, que sigue a los niños. Y entonces, en la hemorragia, se identificarán pedazos de la Purísima donde una niña estúpida empezó a experimentar la teoría aprendida a lo largo de tantos años. Y encontrarán, también, cientos de visitas a la Cineteca; la sala X llena de amores fortuitos, la exposición temporal rebosante de pretensiones, los jardínes salpicados de chipichipi intermitente. Y por supuesto, encontrarán esa banca en Morones Prieto llena de polvo y ensombrecida por el atardecer del otoño.
Ahora sé, que los adioses no son definitivos y que las bienvenidas son cíclicas. Todos los días decimos adiós a algo y nos recibe algo reinventado.
Ya siento en la piel la bocanada de humedad en la cara. Ya siento en la piel el sol picoso y el viento indiscutible y refrescante de noviembre. Ya siento en el estómago las maripositas de la incertidumbre. Y siento en la piel la necesidad del festejo, de compartir las fiestas con los viejos amigos. Compartirlas con una Noche Buena y tamales de Villa de Juárez. Festejar cualquier cosa con una carne asada, con el tráfico en Garza Sada porque juegan los Rayados. Y sí, de pronto suspiro por los centros comerciales atestados de gente y por la foto con Santa Clós en Galerías.
María Julia y Mizada son los precios que tengo que pagar, las noticias huecas, Fútbol al Día, pero hey, ahí siempre estará la Carretera y no hay nada que una excursión al Parque Niños Héroes no repare.
Vuelvo después de haber escuchado el canto de las sirenas. Vuelvo después de pelear con el Cíclope del Etna. Vuelvo, pero no encontraré a Penélope esperando. Vuelvo y nadie estará en el telar.
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1 comment:
El hogar es el hogar siempre, aunque nosotros no seamos los mismos después.
¡Enhorabuena! Avisa cuando llegues.
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