Ayer me enteré por casualidad de la muerte de Susana Chávez. Una amiga me escribió sobre la acción poética que artistas y activistas quieren hacer en homenaje y protesta y mientras leía su nombre no podía creer que fuera la misma mujer que era mi amiga en facebook y que además de todo conocí en el verano de 2003 en un Encuentro de Poetas en Ciudad Juárez.
Un amigo y yo asistimos al evento que, ahora lo recuerdo, abordaba la violencia: eran los tiempos de la guerra en Afganistán y eran los perpetuos tiempos de las Muertas de Juárez. A Susana la conocimos el primer día del Encuentro y por alguna especie de destino mágico terminó como guía, mostrándonos la vida nocturna juarense. Susana y yo platicamos durante toda la noche, aún recuerdo fragmentos de aquella conversación que realmente poco tuvo que ver con activismo, con poesía o con la realidad de Juárez, porque en aquel tiempo la ciudad provocaba en mí una fascinación tal como quien acerca la mano al fuego. En aquellos tiempos Monterrey no tenía, ni por equivocación, estas heridas sangrantes que ahora tenemos; y en aquellos tiempos yo ni siquiera vivía en Monterrey, ni tenía las preocupaciones que ahora tengo.
Mantuvimos el contacto, aunque hablamos bastante poco desde aquel entonces. Sólo puedo decir que era una mujer muy interesante, que me dio gusto conocer y con la cual me habría gustado volver a platicar como aquella vez. Siento mucha tristeza porque me indigna la manera en que fue privada de su vida, porque me recuerda que no hay lugar donde estemos a salvo y que la vida es un instante prestado... y porque no sé qué hacer con el presentimiento que guardaba desde aquel verano, el presentimiento de que nos veríamos de nuevo otra vez.
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